El 2020: un año inolvidable

La colaboración, el trabajo bien hecho, la ciencia y el aprendizaje de este año, sin duda, contribuirán a que enfrentemos el 2021 con una mayor ilusión y, ciertamente, con la decisión de derrotar a esos adversarios que nos han hecho la vida más difícil en estos meses.

Domingo 27 de diciembre de 2020

El 2020: un año inolvidable
escrito por

Alejandro San Francisco, director del Instituto de Historia, U. San Sebastián

Todos los que hemos vivido este 2020 podemos estar más o menos conscientes del tiempo histórico excepcional que nos ha tocado vivir. Esto no ha ocurrido solamente en Chile, sino que en el mundo entero, en gran medida determinado por la pandemia del coronavirus y sus efectos sobre la vida social, la política y la economía. La mayoría de las consecuencias, lamentablemente, han sido desastrosas para las personas y las sociedades, que han sufrido problemas inimaginables tiempo atrás.

Me parece que hay tres claves para intentar comprender y recordar este 2020 en Chile. La primera es la cercanía de la realidad de la muerte, que estuvo presente en el mundo y ciertamente en nuestro país, de una forma que solo se da en las guerras o en las grandes crisis producidas por determinadas enfermedades. Al terminar el año, los fallecidos por la enfermedad se acercan a los 2 millones de personas en el mundo entero, en tanto superan los 500 mil muertos en América Latina. Chile termina el año con más de 16 mil fallecidos de Covid 19, enfermedad que afectó a más de 600 mil personas.

Sin embargo, el tema no es de meros números, sino profundamente humano: los hospitales estuvieron atestados de gente mientras el personal de la salud luchaba día a día por la vida; las autoridades anunciaban cada día nuevas cifras de contagiados y muertos, así como las medidas establecidas para prevenir la propagación de la pandemia; durante largos meses los medios de comunicación repetían las informaciones ante una sociedad ávida de saber qué pasaba, mientras la gente se encontraba recluida en sus casas y se acostumbraba a escuchar malas noticias. La contrapartida de esta realidad fue la generación de una cultura que privilegiaba la vida y no otros bienes, así como puso los recursos económicos, científicos y humanos precisamente a salvar miles de vidas que podrían haberse truncado de otra manera.

En el plano humano el problema fue todavía más dramático. Las familias no se volvieron a reunir como antes y muchas ni siquiera pudieron hacerlo en esta Navidad; miles de personas perdieron a sus padres o abuelos, algún familiar querido, un amigo o compañero de trabajo; este 2020 se marcharon numerosas personas como víctimas del coronavirus, provocando que el problema mundial se volviera personal. De los fallecidos hubo quienes tuvieron un funeral privado o casi estrictamente personal, quizá lejano y por ello más triste, en una cadena que se repitió en distintos lugares.

La segunda clave del 2020 es el recrudecimiento de los problemas sociales, manifestado en gran medida por la pérdida de las fuentes de trabajo de cientos de miles de personas en el caso de Chile, lo que significó el regreso de la pobreza como problema social y la urgencia de la adopción de medidas paliativas por parte del Estado, para ir en ayuda de los más afectados. El problema económico afectó prácticamente a todo el mundo, y en numerosos lugares fueron millones las personas que perdieron sus trabajos, dejaron de percibir ingresos permanentes o tuvieron rebaja en sus sueldos. En el caso de Chile, esto tuvo coletazos sociales y políticos diferentes a los de otras sociedades, por la situación que vivía el país desde el 18 de octubre de 2019. Uno se dio a propósito del proceso constituyente, que fue resuelto claramente de manera institucional y en forma civilizada en el plebiscito de octubre, pero que también vio renacer hechos de violencia y manifestaciones que muchas veces implicaban destrucción. El otro se manifestó a través de las propuestas de “retiro del 10%” de los ahorros previsionales (como se le denominó), que significó una discusión transversal entre el Congreso y el Ejecutivo, llevó a una resolución final del Tribunal Constitucional y a la aprobación de dos proyectos de ley, uno de iniciativa parlamentaria y el otro de origen en el Presidente de la República.

No cabe duda que muchos de estos problemas seguirán presentes durante el 2021, considerando que Chile vivirá un proceso constituyente histórico, que implica elecciones, la organización de la Convención, la elaboración de la nueva carta fundamental y la realización del plebiscito de salida. Esto ocurrirá de una manera seguramente civilizada, pero ya hay advertencias sobre la (i)legitimidad de la Convención Constituyente y el proceso, amenazas de rodear su labor con presión social y movilizaciones, así como otras prevenciones que aparecen en medio de las discusiones de lo que se suponía podría ser un proceso inédito y muy valioso de deliberación democrática.

La tercera clave es la interrelación de los más diversos factores y realidades en la sociedad contemporánea. Los problemas de un país afectan necesariamente a otros, y la pandemia que surgió en China a las pocas semanas provocaba estragos en Europa y terminó determinando la vida de Estados Unidos y América Latina durante el 2020. Otra interrelación visible es la que tiene la política con la economía y los problemas sociales: a su vez el problema de salud puso a prueba la capacidad de los estados y de los gobiernos para reaccionar tanto desde una perspectiva médica como en el plano de la administración, con consecuencias muy diferentes en las distintas sociedades: hubo gobiernos que mostraron una gran incapacidad de gestión –llegaron tarde y mal a enfrentar la pandemia–, cuando no una incomprensión mostrada por sus autoridades sobre problema de fondo que enfrentaban con el coronavirus, del que incluso se burlaron, optando por respuestas voluntaristas y torpes y no por otras de carácter médico. La consecuencia, en cada caso, fue tener más contagiados y más muertos, con menor capacidad para hacer frente a una crisis multidimensional.

No obstante los problemas, el coronavirus ha vuelto a poner en la palestra otra relación importante, valiosa y permanente, entre los problemas médicos sobrevinientes y la investigación científica. En el caso del coronavirus –a diferencia de otros en el pasado– hemos visto una pandemia que se ha transmitido en directo para todo el mundo, con la facilidad que dan las comunicaciones por televisión, pero también con información al instante a través de las redes sociales, que permitieron que la información llegara de un extremo a otro en forma rápida y efectiva. Lo mismo podemos decir con el caso de la vacuna, que estuvo antes de un año de estallado el primer caso, lo que muestra el valor de la investigación, la importancia de la inversión en estas materias y la necesidad de fortalecer la ciencia, las universidades y la creación de conocimiento.

Finalmente, es preciso considerar que el 2020 no es un año perdido, como algunos han insinuado. En realidad, ningún año lo es. Recuerdo haber leído hace mucho tiempo una reflexión de Vaclav Havel sobre el régimen comunista en Checoslovaquia, que fue tan dramático y opresivo sobre la población. El dramaturgo –que gobernó su país después de 1990– afirmó que “los años de régimen totalitario” fueron “algo más que tiempo perdido”, porque habían sido “una experiencia específicamente espiritual”, de la cual había sido posible aprender a pesar de la adversidad. Estoy convencido de que este 2020 ha tenido mucho de eso, y quizá la experiencia espiritual que subyace al drama de la muerte y la destrucción de la economía y los problemas sociales, pueda ser la fuente sobre la cual se levante la esperanza y el futuro. La colaboración, el trabajo bien hecho, la ciencia y el aprendizaje de este año, sin duda, contribuirán a que enfrentemos el 2021 con una mayor ilusión y, ciertamente, con la decisión de derrotar a esos adversarios que nos han hecho la vida más difícil en estos meses.

Vea la columna en El Líbero

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