Vacaciones: tiempo para leer

El verano es una excelente época para leer, no solo los mejores libros del año, sino también para volver sobre obras de siempre, los “clásicos”, aquellos libros que han marcado la historia o han superado el paso del tiempo, y que tienen la ventaja de no estar limitados a un solo año del calendario.

Viernes 11 de enero de 2019

Vacaciones: tiempo para leer
escrito por

Alejandro San Francisco, director Instituto de Historia, U. San Sebastián

El fin de año ha llevado a muchos comentaristas y críticos a hacer sus respectivas listas sobre los mejores libros del año, en historia y literatura, en política y ensayo, en áreas tan diversas como son los intereses de las personas. Con ello, las personas recuerdan lo que han leído y les ha gustado, mientras otros ven con interés posibilidades de futuras lecturas. Por otra parte, en Chile ha existido una discusión sobre lo que hay que leer o no leer en los colegios, hasta dónde llegan la censura y los prejuicios, qué vale la pena y qué cosas son prescindibles. En esta discusión, me parece, muchas veces se olvida lo esencial, como es promover la lectura como hábito y como pasión, para lograr que los niños y jóvenes de nuestra sociedad se interesen efectivamente en la literatura y sus posibilidades.

En lo personal, creo que el verano es una excelente época para leer, no solo los mejores libros del año, sino también para volver sobre obras de siempre, los “clásicos”, aquellos libros que han marcado la historia o han superado el paso del tiempo, y que tienen la ventaja de no estar limitados a un solo año del calendario. Por supuesto, tienen -como toda lista de libros- la limitación de quien la hace: sus inclinaciones literarias, conocimientos y desconocimientos, gustos y tantas otras variantes que hacen de todos estos ejercicios un ensayo valioso, pero insuficiente, y que debe ser complementado y mejorado. Pese a ello, vale la pena volver a leer algunas obras.

Entre las obras indispensables, para mí el primer lugar lo ocupa desde hace muchos años Los Miserables, el clásico de Victor Hugo. Nada reemplaza leer este libro, ni el excelente musical que lleva más de tres décadas en cartelera, ni las películas que se han hecho desde hace tanto tiempo. El libro es una obra maestra, que cuenta con una gran historia; tiene algunos personajes extraordinarios como Jean Valjean y Javert (pero también otros, incluso aquellos que aparecen muy poco en el libro, como monseñor Bienvenido y Fantine); un ambiente histórico complejo e interesante; amores, contradicciones, fracasos, virtudes, vicios, humanidad. Los capítulos más enredados o excesivos en ningún caso dificultan una lectura que, si bien requiere tiempo, logra capturar la atención y la emoción del lector.

Otro libro extraordinario, curiosamente poco conocido, es La hora 25, novela de Virgil Gheorghiu, que ha tenido algunas reediciones en español en los últimos años. Se trata de una obra dramática, sufriente, que por momentos parece que nos supera con sus dificultades, pero con un fondo de humanismo profundo y valioso. Está ambientada en el doble totalitarismo que sacudió a Europa central y oriental: primero el nacionalsocialismo y luego el comunismo. Y bajo este tremendo peso de historia y muerte transcurren las vidas de Ion Moritz y Suzanna, su mujer; el padre Koruga, hombre excepcional, quienes se enfrentan contra otros asociados a la mentira, el poder y la violencia.

Me gustaría mencionar un par de trabajos que, siendo también duros y que por momentos se vuelven difíciles por su temática y los graves problemas que relatan, son los libros de Arthur Koestler, El cero y el infinito, y de Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido. El primero está ambientado en los juicios comunistas de la época de Stalin en los años 30, contra miembros del propio Partido Bolchevique, ahora recreados historiográficamente en el excelente libro de Karl Schlögel, Terror y utopíaMoscú en 1937 (Barcelona, Acantilado, 2014). Koestler narra la trayectoria de Rubachof, héroe revolucionario caído en desgracia, y por lo mismo acusado de aquellos crímenes omnicomprensivos que afectaban a quienes como él se habían alejado del camino correcto y, por lo mismo, merecían la muerte. Una historia de degradación moral y humana que se repitió en muchas vidas que años antes gozaban de la victoria en la Revolución de 1917.

El caso de Frankl es distinto. Se trata de un libro extraordinario, de un hombre judío que es llevado a un campo de concentración. Sin embargo, no se trata de una historia de abusos y matanzas, sino de la sobrevivencia y en las razones últimas que encuentra una persona para vivir. Frankl llega a la convicción que en la opresión del campo se pierden muchas cosas, pero no “la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino”. Y, adicionalmente, tener un sentido para vivir que permita enfrentar el sufrimiento de una manera diferente.

Por otra parte, unas memorias que siempre he considerado no solo hermosas, sino también ilustrativas de una época, es la que escribió Stefan Zweig, El mundo de ayer, sobre la Europa que murió junto con el desarrollo de la Primera Guerra Mundial. En algún momento el escritor se pregunta “¿qué no hemos visto, no hemos sufrido, no hemos vivido?”, precisamente porque le correspondió enfrentar una época tan extraordinaria como terrible, en la cual la Europa poderosa y culta, musical y literaria, se vio opacada por revoluciones y trincheras que sepultaron los sueños de progreso y de grandeza.

Un libro fascinante, y que se lee de un tiro a pesar de lo largo, es La noche quedó atrás, de Ian Valtin. Está ambientado en la Europa de entreguerras, especialmente en Alemania, donde el joven comunista Richard Krebs- verdadero nombre de Valtin- debe comprometerse con decisión con el éxito de la revolución. La historia es más complicada y menos exitosa, y el joven y su enamorada Firelei debieron sufrir la dictadura de Hitler y el comienzo de la represión. Finalmente, y felizmente, la vida cambia de rumbo para el autor de estas memorias apasionantes.

La lista debería ampliarse, agregando obras con otros autores y criterios. Como se puede apreciar, en estos libros la ambientación histórica es fundamental, en los años de las guerras mundiales y el totalitarismo. Hay autores redescubiertos a finales del siglo XX y comienzos del XXI que tienen un gran valor, como Irene Nemirovsky, Sandor Marai y Vasili Grossman. Hace unas semanas se cumplió el centenario del nacimiento de Alexander Solzhenitsyn, que tiene algunas obras de gran valor. Y así podríamos seguir, conscientes de que siempre es un buen tiempo para leer.

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