Chile, Piñera y América Latina

El caso de Sebastián Piñera muestra la irrupción de una centroderecha importante en la región, con liderazgos y con una agenda centrada en el crecimiento y el progreso social.

Martes 26 de diciembre de 2017

Chile, Piñera y América Latina
escrito por

Alejandro San Francisco, historiador e investigador de CEUSS, U. San Sebastián

El domingo 17 de diciembre el candidato de la centroderecha chilena, Sebastián Piñera, obtuvo una clara y contundente victoria sobre Alejandro Guillier, el líder de la coalición oficialista de centroizquierda.

La elección no sólo es importante para Chile, sino que tiene otra dimensión que ha sido poco destacada: las implicancias en América Latina, que ha tenido diversos procesos electorales en los últimos años y tendrá otros dentro de poco. Mirados en conjunto, se ha ido produciendo una reformulación del mapa político en la región.

Llamó la atención la participación electoral chilena y la holgura del resultado, que se preveía estrecho. Votaron más de siete millones de personas, una gran cantidad comparado con los cinco millones setecientos mil que sufragaron en 2013 en la reelección de Michelle Bachelet; por otra parte, Piñera obtuvo 3.795.896 sufragios, contra los 3.160.225 que logró Guillier, si bien los analistas preveían una disputa voto a voto.

Desde el regreso a la democracia tras el plebiscito de 1988 y la elección presidencial de 1989, estos son los séptimos comicios que se han realizado en Chile. Primero hubo cuatro gobiernos consecutivos de la Concertación, exitosa coalición que tuvo a dos Presidentes democratacristianos —Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz-Tagle—, y dos socialistas, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet. En 2010 fue el turno de la oposición de entonces, cuando triunfó el propio Sebastián Piñera, quien pese a conducir al país hacia el crecimiento económico y la reducción de la pobreza enfrentó un fuerte movimiento social, especialmente estudiantil, y no logró entregar el mando a alguien de su sector político, debiendo conformarse con el regreso de Bachelet a La Moneda.

Hoy la situación es nuevamente al revés y la gobernante socialista deberá entregar la banda presidencial en marzo próximo a quien encabezó la candidatura de la oposición. ¿Por qué ganó Piñera? ¿Qué implicaciones tiene su victoria para Chile? ¿Cómo repercutirá la elección en el continente?

Piñera ganó, en primer lugar, por su propio liderazgo. Durante años ha sido la principal figura política del país, lo que ha significado tener un alto grado de apoyo —ciertamente también cuenta con muchos detractores y rechazo en las encuestas—, logrando articular una coalición de varios partidos y grupos, pero con sentido unitario y capacidad de presentar una alternativa a la izquierda. Paralelamente, aprovechó el vaciamiento del centro político, o el abandono que la Democracia Cristiana chilena hizo de sus posiciones centristas tradicionales, sumando numerosos votos a su postulación. Finalmente, no pueden dejar de mencionarse las dificultades que tuvo la candidatura del oficialismo, cuya coalición presentó numerosas divisiones en la primera vuelta, no logró contar con un líder potente —en el camino quedó Ricardo Lagos, quien se bajó al no contar con el respaldo de los partidos—, además de tener que cargar con las dificultades de ser la continuidad de un gobierno que acometió una serie de reformas, muchas de las cuales fueron mal evaluadas por la ciudadanía.

Esto último exige un matiz: algunos temas promovidos por Bachelet cuentan con gran respaldo social, según diferentes encuestas, como la aprobación de la ley de aborto en algunas causales o la gratuidad universitaria para ciertos sectores de la población. Sin embargo, la reforma tributaria perjudicó la economía (que este año crecerá en torno a un pobre 1,5%) y la reforma educacional tuvo una gran oposición de los padres, dos temas que han tenido costos difíciles de superar.

Por lo mismo, las consecuencias de la victoria de Piñera tienen para Chile al menos dos rasgos diferentes. El primero, relacionado con la economía, se ha notado de inmediato: hay mayor confianza de los inversionistas y es muy probable que pronto se inicie un proceso de recuperación económica. Para ello es necesario que el sello de la gestión sea el crecimiento económico, pero con la certeza que ello debe traducirse claramente en la existencia de un mercado competitivo y un beneficio directo para los distintos sectores de la población. Chile ha logrado crecer de manera sistemática —con algunas caídas esporádicas— desde 1985 en adelante, y cuenta con una de las economías más libres y sólidas del mundo: esto debería potenciarse, porque la economía del progreso ha permitido disminuir la pobreza y ampliar las oportunidades de millones de chilenos y, como hemos visto en los últimos años, de decenas de miles de inmigrantes.

En otros planos es más difícil que se reviertan medidas tomadas por la administración Bachelet, sea por la heterogénea composición que tendrá el Congreso Nacional, donde será muy difícil de revertir las polémicas reformas; sea porque se han producido cambios importantes en lo institucional o cultural, como en el caso de la llamada gratuidad universitaria: en este plano es muy probable que Chile no vuelva a tener un sistema que existía hasta hace tres o cuatro años (una mixtura de pago directo, becas y créditos para estudiar), así como se ve casi imposible que exista enseñanza superior gratuita para el 100% de los estudiantes.

América Latina no debe estar ausente de este análisis, considerando que el Socialismo del siglo XXI ha experimentado algunos cambios importantes en los últimos años. Venezuela vive una crisis que, siendo terminal, se esfuerza por durar; Dilma Rousseff fue destituida en Brasil, país que se apronta a tener elecciones con un resultado incierto; la Argentina de los Kirchner/Fernández es parte de la historia y también de los tribunales de justicia; mientras Evo Morales busca perpetuarse en Bolivia. Por el otro lado, los gobiernos de derecha —liberales o conservadores, como se les denomina en la jerga internacional— encabezan Perú con Pedro Pablo Kuczynski, que enfrenta problemas en estos días por el caso Odebrecht, y Argentina, que vive movilizaciones sociales contra la reforma de las pensiones promovida por Mauricio Macri.

El caso de Piñera muestra la irrupción de una centroderecha importante en la región, con liderazgos y con una agenda centrada en el crecimiento y el progreso social. Sin embargo, es evidente que en el caso chileno el gobierno también enfrentará problemas y movilizaciones, que ya fueron anunciadas durante la campaña por distintas organizaciones que temen la pérdida de ciertos derechos o bien estiman que habrá reformas contrarias a sus intereses.

Como es obvio, habrá que esperar hasta el 11 de marzo, fecha del cambio de mando en Chile, para saber cuáles serán los cambios fundamentales que liderará el gobierno de Sebastián Piñera, los ejes centrales de su proyecto político y las transformaciones reales que se harán en el país. En cualquier caso, el mensaje de su victoria permite abrigar esperanzas sobre un estilo de gobierno que mezcla la voluntad de realizaciones con un sano realismo, las convicciones políticas con una apertura al diálogo, y un llamado a la unidad que se hace urgente en un mundo donde es cada vez más complejo gobernar y donde la polarización se tiende a entronizar en la vida de los pueblos.

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