De pestes y otros monstruos

Hoy, el monstruo de la Peste se ríe de nosotros, porque perdimos el temor y nos sabe confiados. Países que se habían declarado libres de un virus o bacteria, tienen que aceptar con humillación que estas pestes, con sus cómplices, están de vuelta.

Jueves 4 de junio de 2015

De pestes y otros monstruos
escrito por

Jaime Mañalich, director Instituto de Políticas Públicas en Salud U. San Sebastián

Los monstruos existen en la mitología y en los cuentos desde el inicio de la humanidad. Representan lo malo, lo que debe evitarse, lo que es peligroso. Su función pedagógica es indiscutible. Se configuran en la memoria de forma permanente y cualquiera recuerda los relatos de la infancia, y las películas que los reviven una y otra vez. Tienen algo que atrae y fascina. Pero el mensaje trasmitido de generación en generación es uno solo: mantente lejos de ellos, sea Gollum, un dragón, un cíclope, Leviatán o el Chupacabras.

Es paradójico que en esta época postmoderna se asista a una redención de los monstruos. No eran tan malos después de todo, es el mensaje.

Un monstruo que ha aterrado a la humanidad es la Peste. Enfermedades infecciosas que matan a millones, y para las cuales no pudimos hacer nada por milenios. La causa más probable de la desaparición de culturas completas fueron estas infecciones. En su esfuerzo por doblegar la naturaleza, el ser humano descubrió una pócima milagrosa, la vacuna. Primero, y casi por accidente, para la viruela, y más tarde para enfermedades terribles como Poliomielitis, Sarampión, Paperas, Difteria, Tos Convulsiva, Tuberculosis, Hepatitis, Meningitis y Tétano.

Hoy, el monstruo de la Peste se ríe de nosotros, porque perdimos el temor y nos sabe confiados. Empiezan a reaparecer enfermedades que estaban en extinción. Países que se habían declarado libres de un virus o bacteria, tienen que aceptar con humillación que estas pestes, con sus cómplices, están de vuelta. Y pueden vencernos, porque han identificado nuestro punto más débil; la falta de solidaridad. Porque vacunarse es eso; un acto de solidaridad para con los más frágiles, pequeños, débiles y enfermos, que son las primeras víctimas de nuestro egoísmo.

Un filósofo enseñaba que el discernimiento de un imperativo moral deriva de hacer una excepción aplicable a uno, una norma aplicable a todos. Si uno tiene derecho a no vacunarse, cualquiera lo tiene. Las consecuencias de una generalización así son obvias. Por ello, nadie tiene derecho a arriesgar a otros o a sus propios hijos negándoles el milagro de una vacuna.

Que no nos cuenten cuentos. Detrás de algunos, hay un ogro que sí nos matará.

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